La palabra soborno está de moda en estos días entre los furibundos opositores a la Orden que pretende regular el Programa de calidad y mejora de los rendimientos escolares en los centros docentes públicos. Una forma como otra cualquiera de descalificar la medida y por ende de descalificar a aquellos que cometen el pecado nefando de estar a favor.
Supongo que, al estar en contra de la orden, también lo estarán del apartado que les permite, aun siendo minoría, impedir que aquellos que sí están dispuestos a implicarse más en la vida de los centros para mejorar los resultados escolares, y por tanto trabajar por la calidad de la enseñanza, puedan hacerlo. Porque, al ser necesaria la mayoría de los dos tercios del claustro una minoría de votos puede conseguir que el centro no se acoja a la medida. Por tanto es posible, y de hecho está sucediendo, que la medida sea rechazada por uno o dos votos que no hacen falta para alcanzar la mayoría, que ya existe, sino que son los necesarios para la mayoría cualificada de esos dos tercios.
De esta manera la minoría se constituye en una auténtica "minoría de bloqueo" que hace que no sólo ellos sean los que no participan en el proceso sino que impiden que los demás, tan ilusos o engañados como estén, lo hagan. ¿No sería más lógico dejar que se estrellaran, si tan malo es el programa?.
Claro que si el problema son los incentivos – el soborno, según ellos – siempre existiría la posibilidad de renunciar al complemento realizando las mismas labores. Pero no parece que esa sea su intención.
Los objetivos que pretende la Orden son:
a) Mejora de los rendimientos educativos del alumnado.
b) Contribución al éxito escolar de su alumnado, en función de sus capacidades, intereses y expectativas
c) Mejora del funcionamiento del centro y del grado de satisfacción de las familias con el mismo.
d) Fomento de procesos y proyectos de innovación e investigación educativa.
e) Fomento del trabajo cooperativo del profesorado y de las buenas prácticas docentes.
f) Profundizar en la autonomía de los centros docentes.
Cierto que los resultados reflejados en el informe PISA no son todo lo satisfactorios que deberían ser, pero las conclusiones no se deben tomar alegremente y sobre todo no pueden ser independientes de todos los condicionantes que rodean el hecho educativo. Pero esto será mejor tratarlo aparte.
Por tanto no creo que maquillar esos malos resultados sea la intención de los responsables de la Consejería de Educación. Siendo tan fácil y tan barato lo lógico es que hubieran puesto en marcha todo esto antes y se hubieran evitado muchos problemas.
Llama la atención todo el ruido mediático que se está produciendo alrededor de esta medida, que al fin y al cabo se refiere al funcionamiento interno de los centros y en principio no se podría esperar que tuviera tanto eco social. Pero si tenemos en cuenta que los opositores están abanderados por un colaborador habitual de un medio de comunicación con una cierta tendencia a airear teorías conspiratorias que los hechos contumazmente se empeñan en desmentir se puede entender algo mejor.
Deducir de todo esto que lo que se pretende es culpabilizar al profesorado del fracaso escolar es dar un triple salto mortal sin red. O excusatio non petita. (Acusatio manifesta se continuaba antiguamente).