miércoles, 11 de julio de 2012

No desmontan el estado del bienestar sino destruyen el Estado

Según el credo neoliberal que profesan nuestros gobernantes y el entramado económico y mediático que lo sustenta, el Estado es el conjunto de todos los males que hay que combatir. Lo público, por definición, es malo y caro mientras que lo privado es siempre necesariamente mejor y más eficaz.

Poco importa que dichas creencias no estén sustentadas por la realidad y que lo público sea garantía de equidad y de igualdad de atención para todos los ciudadanos. Cualquier función que esté desempeñada por el Estado puede ser gestionada por una empresa privada que lo hará más barato.

Esto incluye por supuesto la Educación y la Sanidad, pero también abarca la seguridad, la vigilancia de las cárceles y cualquier otra tarea que se nos ocurra.

Es simplemente mentira que lo privado sea mejor. Una empresa privada tiene ánimo de lucro, como es lógico, y minimizar la inversión para maximizar el beneficio siempre irá contra la calidad del servicio. Pero un axioma es un axioma y por tanto ningún neoliberal lo va a poner en cuestión.

Por tanto, el Estado es el enemigo a batir, y su cara visible, los empleados públicos, el principal de los problemas, siendo los funcionarios el peor de todos. Al fin y al cabo, los laborales e interinos no suponen un incoveniente serio porque es fácil prescindir de ellos.

El gran pecado de los funcionarios, además de haber alcanzado un envidiable puesto de trabajo en régimen de concurrencia competitiva, esto es, en igualdad de condiciones con el resto de los aspirantes, lo cual es en sí mismo intolerable, es no depender de los entramados económicos y sociales. En el Registro Civil, por ejemplo, se inscribe lo mismo el hijo de un albañil que el de un especulador financiero, y eso no puede ser.

Es posible que haya nepotismo pero su incidencia es infinitamente menor que en la empresa privada, donde es lo habitual.

Los empleados de los servicios básicos, en especial, son garantes de equidad y solidaridad pero para la derecha neoliberal conceptos como estos resultan abstrusos, algo así como el bosón de Higgs. Son algo que debe existir pero resultan incomprensibles y por tanto carecen de valor.

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