La primavera, a la vez que las flores y el buen tiempo, trae en Andalucía el proceso de escolarización. Y, como siempre, la misma retahíla de padres que hacen lo indecible para que sus tiernos retoños obtengan una plaza escolar en un centro concertado. O sea, un colegio privado pero pagado con dinero público.
Hasta ahí no hay mucho que objetar, porque cada cual puede decidir para sus hijos lo que estime conveniente y siempre que lo ampare el Derecho. Otra cosa es que sea con mejor o peor información y con mejor o peor fortuna. Lo que no se puede admitir es la mentira, la tergiversación o la desinformación interesada.
Esto es aún más grave si tenemos en cuenta que estos colegios acostumbran a ser religiosos, católicos en concreto. Uno cree recordar que esta colectividad era bastante sensible al concepto de pecado, y que entre estos se encontraba precisamente la mentira. Aunque puedo estar equivocado.
La mentira empieza al intentar conseguir todo tipo de documentación para justificar puntos para alcanzar la ansiada plaza. Lo mismo da alegar vivir donde no se vive o enfermedades inexistentes. Todo sea por el fin que, al parecer, justifica los medios. También se habla de que existen falsos divorcios al otorgar también puntos pertenecer a una familia monoparental. Aunque esto último no me lo creo, porque más bien puede ocurrir que haya parejas que lo que estén esperando sea una excusa para separarse y ésta les viene muy bien. En todo caso ¿el divorcio no era pecado también?
Uno podría pensar que estos colegios son una especie de paraíso pedagógico. Deben serlo, puesto que se admite sin problemas que las aulas estén masificadas y que la relación profesor/alumno sea muy superior a lo que sería razonable. Y que, si se considera necesario, se aumente aún más el número de alumnos por aula sin ningún problema.
Lo que no se entiende tan bien es que, habiendo en la misma zona colegios públicos con plazas escolares libres la Administración educativa concierte unidades en los privados. Tampoco se entiende muy bien la insistencia de los padres en matricular a sus hijos en colegios masificados. Un aula con 10 o 15 alumnos es simplemente un lujo.
Puede ser, por supuesto, falta de información comprensible en personas lógicamente ajenas al mundo educativo. Pero los límites se sobrepasan si para prestigiar lo propio hay que desprestigiar lo ajeno. O si se miente descaradamente, cosa que quien se dice representante de la Confederación Católica Nacional de Padres de Familia y Padres de Alumnos no debería hacer.
Es un hecho que la mayoría de los centros educativos públicos ofrecen servicios equiparables, si no superiores, a los privados. Y la pretendida superioridad de la calidad de la enseñanza en los centros privados todavía estoy esperando que alguien demuestre en qué consiste.
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