Desde hace tiempo hay una sensación relativamente extendida entre los docentes de que su profesión está desprestigiada, de que la sociedad no la valora suficientemente, en comparación con una época indeterminada en la que esto no era así. La misma palabra des-prestigio, sugiere algo que se tuvo y ya no.
La realidad es que este prestigio no ha existido nunca, es un mito, y la frase, vigente hasta no hace mucho tiempo, "pasas más hambre que un maestro de escuela" no parece que esconda una gran admiración.
Esta sensación de desprestigio está asociada a la del cambio del sistema educativo, el paso del la LGE a la LOGSE, y lleva a añorar los dorados tiempos del BUP en contraposición con los míseros de la ESO. Una añoranza idealizada, porque un buen número de docentes que la sienten no han impartido clase en el anterior sistema educativo y, es más, deben su puesto de trabajo al incremento de plantillas que requirió el aumento del periodo de escolarización obligatoria y por tanto del número de alumnos escolarizados.
Ahora, a raiz del ataque que está sufriendo el conjunto de los trabajadores públicos en sus salarios, algunos profesores están pensando en una especie de"trabajo a reglamiento" consistente en no realizar las tareas a las que consideren que no están obligados como actividades complementarias, visitas o viajes.
Si esta actitud se generalizara sería un tremendo error. En principio porque serviría para que las familias, y en concreto la parte más sana de las mismas, las que verdaderamente se ocupan del progreso educativo de sus hijos se podrían en contra, perdiendo de este modo los profesores un apoyo fundamental. Por otra parte, lo peor de la sociedad, entre lo que se encuentra el partido que gobierna, convenientemente coreado por sus medios afines, se reafirmaría en sus tesis contra el profesorado de la enseñanza pública.
Porque tenemos que tener en cuenta que lo que se encuentra en riesgo, más allá del salario de los docentes, es el valor de la propia enseñanza pública.
Por tanto lo que hay que hacer es justo lo contrario; para prestigiar nuestra profesión tenemos que darle prestigio, y la única forma de hacerlo es trabajar bien y darlo a conocer. A todo el mundo, a las familias de nuestros alumnos y al conjunto de la sociedad. Nunca ha sido verdad que el buen paño se venda en el arca. El buen paño se apolilla en el arca y si lo queremos vender tendremos que sacarlo a la calle.
No podemos esperar reconocimiento social si no empezamos nosotros mismos por reconocer
y valorar nuestro trabajo. Los comentarios negativos o críticos los
debemos realizar en los foros y ante las personas adecuadas porque,
fuera de ellos, lo único que conseguimos es dar razones a quienes nos atacan.
Por tanto tendremos que hacer bien nuestras tareas obligatorias y también las que no lo son, y difundirlas especificando claramente lo que hacemos por profesionalidad y sin obligación, utilizando si es necesario un código de colores. Porque el bien de nuestros alumnos es el prestigio de nuestra profesión.